
París
se antoja como el escenario principal para una pandilla de skaters, que se apoderan de espacios para su ocio, pero tras este
telón aparentemente normal, algunos de ellos permanecen tirados en oscuros y
solitarios rincones, decaídos, aburridos, jugando o entablando amistades con
vagabundos, dando la cara a plena luz del día para entregar sus cuerpos al
primer postor o tonteando con el alcohol y demás sustancias. Pocos muestran
rasgos físicos de madurez, apenas son unos cuantos críos paseando por las
calles, pero, más allá de esa imagen, se esconden problemas realmente serios,
ansias de crecer demasiado rápido, de coquetear con el mundo adulto cuando aún
ni siquiera deberían estar a las puertas. Entre ellos destaca Math (Lukas
Ionesco), con una belleza clásica, angelical, cándida y virginal que
le hace parecer vulnerable, pero a la vez posee un toque de oscuridad, de dolor
y rencor por lo que le rodea. Junto a su amigo J.P. (Hugo Behar-Thinières), utilizan
las redes para venderse a, sobre todo, ancianos pedófilos a cambio de unos
jugosos billetes.
A
través de “Kids” vimos a la generación de los 90 luchar por escapar de
sus padres, por encontrar una independencia prematura y justificar así su
indisciplina, pero esa batalla contra el adulto se va de las manos al aceptar
que éste es el que gana en sus vidas. Dos décadas después los mismos problemas
e inquietudes siguen esperando a quien comienza a crecer. Sin embargo, el poder
cambia de manos cuando vemos una mayor autonomía en los protagonistas, cuyos
padres apenas interceden en su día a día o, incluso, no se comportan como la
figura natural que deberían adoptar. Y es que Internet les ha dado autonomía
suficiente para hacer y deshacer a su antojo, para dejar atrás una fase vital
por la que todos hemos pasado, obviando la adolescencia como si fuese una
leyenda urbana del siglo anterior. Explotan su seducción como quieren y su ocio
como mejor les satisface, olvidan a su familia para no despertar odios
interiores, traumas personales y agujeros psicológicos profundos.

Michael Pitt
se suma al elenco sólo para formar parte de su ecléctica banda sonora. Con
guitarra en mano, rasga las cuerdas y su voz para regocijarse en la decadencia
de los protagonistas. Se une a ellos en las decrépitas calles parisinas como
contrapunto a la música electrónica de los antros. Adolescentes dejándose la
piel al son del dubstep a todo
volumen para dar paso al propio Bob Dylan con su “Ring Them Bells”
mientras Math
es acariciado y besado por un repelente desconocido en plena pista de baile. “The
Smell of Us” no profundiza más allá de lo que Clark nos muestra a simple vista. Podría
decirse que estamos ante una especie de secuela de “Kids” en cuanto a sus
personajes, pero en realidad no es más que una evolución de la generación que
desea que el tiempo pase lo más rápido posible. Mismos problemas, pero
diferentes circunstancias. 6,5/10
Lo
mejor: el autor no repara a la hora de hacernos sentir repugnancia en
comportamientos y actos, con los que hasta él se deleita al prolongarlos.
Lo
peor: resulta inevitable relacionar su filmografía con esta obra, con la
que el director sigue arriesgando en su justa medida, pero sin sobrepasar límites
ni ofrecer algo diferente, sino sólo una prolongación.
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