
Es
posible que muchos sigan pensando que esta pieza peca de incomprensible en su
historia, pero estamos ante un trabajo que no tiene guion y mucho menos una
estructura convencional. Durante los 30 minutos de metraje, observamos a un
grupo de moteros como únicos personajes. Los elementos nazis y religiosos se
suceden constantemente, mientras se entrelazan cuestiones como la homosexualidad,
la humillación, el sadomasoquismo, la violencia, el fetichismo y la libertad
sexual. Pese a que los años 60 parecían abrirse poco a poco a tiempos más
progresistas, aún quedaba la mayor parte del recorrido, por lo que
sencillamente era impensable que alguien incluyera tal bomba narrativa en el
cine, puesto que la mano de la censura acechaba implacablemente, tal y como,
desgraciadamente, ocurriría con “Scorpio Rising”.
La
intensidad expresada a través de unas imágenes que esconden mensajes
subliminales es el punto clave y de mayor interés de la película. Su explícita
provocación se hace verdaderamente llamativa y arriesgada, pero no deja de
formar parte de un trabajo que investiga los medios que proporcionaba el séptimo
arte de tiempos pasados. Con un montaje casero, aspecto que le suma mérito al
asunto, la cinta parece, a simple vista, la unión de un conjunto de videoclips que
van acompasados por los hits del momento y que comparten una misma estética. Elvis Presley,
Ray Charles,
Martha Reeves
& The Vandellas o Ricky Nelson, entre otros, acompañan a una obra
que se ha tejido a partir de una red de significados y reflexiones con las que claramente
se explica que Anger
sea uno de esos cineastas esenciales y perdurables en la historia.
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