
Con
tintes autobiográficos y habiendo recibido los premios de mejor película,
director, actor secundario y el especial del jurado y la crítica, la cinta combina
drama y comedia a partes iguales entre divertidas anécdotas y conflictos
provocados por la rebeldía de Darío, por sus ganas de libertad, de
crecer lo más deprisa posible, de dejar las responsabilidades a un lado. La frescura que nos traen los dos jóvenes
actores noveles se hace notar en el ritmo de la narración. Herrán, que se alzó con el Goya al actor revelación, encaja
perfectamente con su personaje, que para unas cosas todavía es un niño, pero
para otras parece haber madurado antes de la cuenta. Junto a la labor del
carismático Bachiller, encontramos la historia llena de realismo, naturalidad y
magnetismo. Por su parte, García Vélez nos desvela una cara verdaderamente
simpática de la vida, intentando ser un ejemplo para el protagonista,
haciéndole ver el éxito que ha cosechado con su propio taller mecánico y a
pesar de tener un destino en contra. Caralimpia adquiere peso con el paso de
los minutos, pero su presencia se esfuma como por arte de magia y no volveremos
a saber más de él.
Sí
es una lástima ver cómo se desperdicia la participación de Tosar, que
interviene en contadas ocasiones revelando un fuerte temperamento por la
relación de odio que mantiene con su mujer. Sin embargo, de entre todas las
actuaciones, destaca la de la dulce y entrañable Antonia Guzmán, la mismísima
abuela del autor, que se enfrenta a la cámara de forma conmovedora y con
absoluto desparpajado. Una mujer solitaria que recibe en su casa a Darío como
si fuera su propio hijo, encontrando un consuelo ante su soledad. Poco más
podemos decir de su historia, puesto que el director apenas ahonda en el lado
oscuro de este personaje, dejándonos con ganas de más, de saber qué ocurrió con
la familia de la pobre anciana con mirada afligida y sonrisa aniñada.

Es
apreciable la cercanía con la que se transmite la trama, pero sus errores nos
impiden mostrar la empatía necesaria para meternos de lleno en la pantalla. Al
final, nos quedamos con los chascarrillos que hemos visto y las escenas más
puntuales, pero su lado más dramático falla y eso provoca que sea fácil
olvidarla en poco tiempo. No
sabemos hasta qué punto todo está basado en la vida del director, pero lo que
sí es cierto es que “A Cambio de Nada” esconde a un autor muy prometedor, algo
que ya sospechábamos desde su premiado cortometraje “Sueños” (Goya y Espiga de Oro al Mejor Cortometraje en 2003). Su ópera
prima es digna de disfrute, pero probablemente en un futuro digamos que ésta
no ha sido su mejor película.
Lo mejor: los toques de comicidad en cada anécdota. La encantadora actuación de Antonia Guzmán.
Lo peor: personajes que se quedan en el olvido y no volvemos a ver.
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